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Un destino marcado por el colonialismo donde la historia, la cultura y la gastronomía son su gran atractivo.

Convertida en una de las ciudades más bellas de Sri Lanka —sino en la que más—, Galle, al suroeste del país parece detenida en el tiempo. Esta ciudad amurallada, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, se ha transformado en la joya turística del país y no es para menos, pues su historia, cultura, arquitectura y gastronomía, además de sus playas, la han posicionado como punto ineludible a visitar en cualquier viaje a esta isla.

Enclave estratégico
La historia de Galle está escrita a orillas del mar, pues su puerto, ya en el siglo I d.C., fue mencionado por geógrafos griegos y comerciantes árabes como un punto de escala en las rutas hacia Oriente. Su bahía, protegida y estratégica, se convirtió en escenario de disputas coloniales por las que pasaron primero los portugueses —que levantaron un fuerte en 1588—, después los holandeses —que en 1640 conquistaron la ciudad y ampliaron sus defensas— y, finalmente los británicos —que la incorporaron a su imperio hasta la independencia de Sri Lanka en 1948—. Este legado, de tres siglos de colonización, se percibe en numerosos rincones de su ciudad vieja amurallada llena de calles empedradas, iglesias protestantes, mezquitas, almacenes reconvertidos en galerías, residencias coloniales, tienditas artesanales, puestos de cocina callejera y hoteles boutique con mucho encanto.
Perderse en Galle Fort
La parte intramuros de la ciudad, la llamada Galle Fort, es un viaje al pasado, es como atravesar una cápsula del tiempo. Su muralla rodea todo su interior y la protege desde hace siglos de lo que sucede en el exterior, no solo de las colonizaciones que hubo en su tiempo, sino también de los desastres naturales como el último tsunami que dañó y asoló gran parte del país. En su interior hay que hacer parada en la Iglesia Holandesa Reformada —originalmente llamada Groote Kerk—, construida en 1755 y en cuyo interior todavía guarda lápidas con inscripciones en neerlandés; la Mezquita de Meera, uno de los templos árabes más bellos de la ciudad; el Faro de Galle, levantado por los británicos en 1939 y hasta el que desplazarse para ver uno de los atardeceres más bonitos de la zona; o la Biblioteca de Galle, un precioso edificio colonial en donde indagar en libros antiguos.

Meca gastronómica
Galle es también un destino indispensable para los amantes de la gastronomía gracias a su mezcla de culturas. Esta fusión, que mezcla sabores srilankeses, indios, árabes, portugueses o tailandeses, entre otros, ha dado lugar a una cocina diversa que combina sabores locales con influencias internacionales. En los restaurantes tradicionales, destaca el rice and curry, el plato nacional, un arroz acompañado de varias guarniciones de lentejas, verduras, pescado y pollo al curry que es toda una delicia. El kottu roti, un pan picado con verduras, huevo y carne, es también otro de los platos estrella, igual que los hoppers, unos crepes de harina de arroz en forma de cuenco a los que habitualmente se les añade un huevo frito y salsa picante. Y, de beber, no hay que dejar de probar el arrack, el licor local destilado de la flor del cocotero, ni su té de Ceilán.

Alojarse en una mansión colonial
Uno de los grandes atractivos de Galle es su oferta hotelera y la posibilidad de alojarte en una antigua mansión colonial. Y es que muchas de estas casas se han restaurado y reconvertido en hoteles boutique de lujo que invitan a vivir la historia desde dentro. Es el caso del Galle Fort Hotel, una antigua casa particular datada del siglo XVII y construida durante periodo colonial holandesa que en su comienzo funcionó como mansión mercantil, almacén y residencia de comerciantes de gemas.

Su ubicación es parte de su encanto, pues se encuentra intramuros en una localización privilegiada que permite a los viajeros recorrer la ciudad cómodamente a pie. Tras pasar sus puertas, los huéspedes se encuentran haciendo un viaje al pasado mientras se adentran en una casa —rehabilitada durante dos años y galardonada en 2007 con el premio “Asia Pacific Heritage Award of Distinction” por la UNESCO, en mérito de la calidad de su restauración patrimonial— hecha de madera, con un patio interior plagado de vegetación y una preciosa piscina, balconadas y un aire señorial propio de aquella época. Su estilo colonial fusionado con un interiorismo contemporáneo ha convertido al hotel en un espacio que mezcla elegancia y autenticidad con mobiliario de la época y una decoración única que recuerda al viajero en todo momento dónde se encuentra.
Además, el hotel cuenta con una propuesta gastronómica que vale la pena probar; una carta que refleja la riqueza culinaria de Sri Lanka y todas sus influencias coloniales, asiáticas y locales. Su bar llamado Ropewalk, especializado en la bebida local llamada arrack, invita a los viajeros a conocer más sobre este licor típico elaborado a partir de la savia de la flor del coco en una cata que lleva a los comensales por sus diferentes etiquetas mientras degusta bocados tradicionales del país.

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